Por su parte, lo que podemos apreciar, analizar y observar en este novedoso libro Héctor García. Ciudad de México, en los textos presentados y las fotos trabajadas es una doble circunstancia. Y me explico, muchas de ellas son fotos aéreas, panorámicas, retratos colectivos, individuales, documentos que señalan a las calles pobladas por los coches, la figura central de esa industrialización que tan bien analizó en su tesis Raquel Navarro Castillo. En donde, ese eje fue el móvil que se tuvo por muchos años o como sujeto en principalísimo lugar.
Además, percibimos claramente a partir de las fotos a las personas ajustándose a una máquina inclemente, dura, atropelladora, asesina, incluso. Nada como ver los rostros, las figuras, el miedo a atravesar las calles, eso está muy presente en las imágenes. El cómo pudo retratar esa sensación Héctor García, cómo pudo penetrar tanto en el sentir de esos ciudadanos que se veían inmersos en las calles de cemento, los anuncios iluminados, los grandes edificios, las avenidas avasalladoras como Reforma e Insurgentes, y poder sobrevivir a ello con sus trajes de manta, sombreros de paja, huaraches, toda esa migración que hubo por el abandona al campo, y crees que las urbes eran el centro de la vida y la movilidad. Es impactante percibir que ese movimiento y ese dolor de los que no están al día, de los que viven al límite se refleja en sus imágenes. Pero no es de extrañar: Héctor García venía de un extracto social que le permitió conocer la carencia, el dolor de los desposeídos y el enojo de vivir con ello, con la represión encima, con la falta de empatía y de generosidad hacia la gente, el pueblo, los indígenas, los campesinos.
Es evidente que se priorizó la vida urbana, el traje y corbata en los caballeros, las faldas sastre en las mujeres y blusas ajustadas, el sombrero de fieltro --Tardán de Sonora a Yucatán. Los tacones que hacen que ellas corran con gran equilibrio entre los coches, sobre el pavimiento y tengan que asegurar su paso para no caerse. Mientras por otro lado recordamos esa imagen de un abuelo con su nieta él con su traje del pueblo ella ya con vestido y calcetines con olanes, ella usa zapatos y se escabullen entre los coches enfrentando la lámina con temor a ser atropellados. O aquella otra del niño que está “Entre el progreso y el desarrollo” (1950) ahí pequeñito como era entre dos grandes carros sus láminas duras, fuertes, inconmensurables y sus gigantes defensas (parecen Mercury de esos años), se sostiene enmarcado por su infancia e ingenuidad, captado por la cámara de García en ese preciso momento.