CIUDAD DE MÉXICO

HECTOR GARCÍA

PRESENTACIÓN DEL LIBRO

TEXTO POR 
DRA REBECA MONROY NASR
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El más reciente libro de Héctor García que ha sido pensado, trabajado, ejecutado y coordinado editorialmente por Gabriela González Reyes, el cual se gestó desde hace varios años, justo desde el momento en que trabajó muy profundamente y muy de cerca con la Fundación María y Héctor García A.C. Este material novedoso por su extraordinario contenido visual tiene como textos incluidos uno de la propia Gabriela González Reyes, otro del investigador e historiador Sergio Miranda Pacheco y cierra el del fotógrafo Héctor García, hijo. 

Y no dudo que la gran calidad del mismo, su tamaño casi tabloide y gran diseño –que recuerda aquellas maravillosas publicaciones de la época de oro de la fotografía--, es producto de estar editado bajo el sello de Hydra, en donde esta lujosa presentación de imágenes fotoperiodísticas y fotodocumentales han contado con el apoyo de la Secretaría de Cultura María y Héctor García A.C. Y aunado a ello, en el equipo de trabajo están Agustín Estrada con sus manos mágicas que todo lo transforman en visualidad de gran calibre y los textos han sido revisados por Patricia Priego Ramírez otra magnífica. Y si de créditos se trata me parece justo mencionar en la investigación de imágenes también a Gabriela González Reyes yGabriela Martínez Corzo. 

En el caso de la investigación fue realizada por Gabriela Galván Hernández y Alejandro Rodríguez Durán y pare cerrar este apartado la digitalización de imágenes estuvo a cargo de Samantha Danahé Pérez Rjoas y Marlen Vera Ruíz. Nombres para recordar también el de Claudia Rodríguez Borja y Adriana Rodríguez Borja pues de ambas dependió el concepto, edición fotográfica y diseño, con un trabajo de inclusión de pequeñas imágenes que van jugando con las grandes fotos impresas, movibles para el lector. Un concepto muy novedoso que permite comprender como pudo funcionar la forma de trabajar la imagen de Héctor García, intercalando a los personajes en el mundo urbano que se desarrollaba ante sus ojos. Una ciudad que se mueve y nos mueve. Debo señalar que además esas imágenes fueron pegadas a mano, lo que vuelve aún más atractivo ese diseño.
El año de 2023 se cumplió el centenario del nacimiento de Héctor García con diversas exposiciones unas curadas por la artista e investigadora Laura González en el Centro de la Imagen y en el Museo de la Ciudad de México, quien encontró entres sus alumnos colaboraciones importantes y a la vez de capacitarlos e integrarlos al mundo curatorial de las exposiciones, además, abrió una gran puerta a una esfera visual inmensa. 

Por su parte, el investigador Alberto del Castillo en la Casa de la Cultura de Los Pinos, por cierto, en la del propio Miguel de La Madrid, nos acercó a otra forma de ver las imágenes de Héctor García sobre la represión vivida en esos años en que el PRI se consideraba dueño del país, de la gente y de su historia. Por ello, ha sido tan importante su presencia en ese espacio ahora que es factible visitarlo y apropiárnoslo, intensamente realizadas con nuevas visiones que nos dieron una variedad de lecturas miradas desde la perspectiva política, social y estética de aquellas imágenes de los encontronazos y la represión de aquellos años de la “modernidad” en México, que fotografío Héctor García y dialogando con Rodrigo Moya de manera muy particular e interesante al ver a dos grandes con su cámara en los tiros cruzados. Potencias a Rodrigo subido en los postes de luz, o subiendo su cámara 6 x 6por encima de su cabeza para captar desde un ángulo poco usual los momentos de las manifestaciones y los golpes ejecutados sobre los profesores en aquellas marchas del magisterio, o las de los ferrocarriles, por citar algunas. Innegables despliegues de golpes y ríos de sangre se advierten en esas imágenes.

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Por su parte, lo que podemos apreciar, analizar y observar en este novedoso libro Héctor García. Ciudad de México, en los textos presentados y las fotos trabajadas es una doble circunstancia. Y me explico, muchas de ellas son fotos aéreas, panorámicas, retratos colectivos, individuales, documentos que señalan a las calles pobladas por los coches, la figura central de esa industrialización que tan bien analizó en su tesis Raquel Navarro Castillo. En donde, ese eje fue el móvil que se tuvo por muchos años o como sujeto en principalísimo lugar.

Además, percibimos claramente a partir de las fotos a las personas ajustándose a una máquina inclemente, dura, atropelladora, asesina, incluso. Nada como ver los rostros, las figuras, el miedo a atravesar las calles, eso está muy presente en las imágenes. El cómo pudo retratar esa sensación Héctor García, cómo pudo penetrar tanto en el sentir de esos ciudadanos que se veían inmersos en las calles de cemento, los anuncios iluminados, los grandes edificios, las avenidas avasalladoras como Reforma e Insurgentes, y poder sobrevivir a ello con sus trajes de manta, sombreros de paja, huaraches, toda esa migración que hubo por el abandona al campo, y crees que las urbes eran el centro de la vida y la movilidad. Es impactante percibir que ese movimiento y ese dolor de los que no están al día, de los que viven al límite se refleja en sus imágenes. Pero no es de extrañar: Héctor García venía de un extracto social que le permitió conocer la carencia, el dolor de los desposeídos y el enojo de vivir con ello, con la represión encima, con la falta de empatía y de generosidad hacia la gente, el pueblo, los indígenas, los campesinos.

Es evidente que se priorizó la vida urbana, el traje y corbata en los caballeros, las faldas sastre en las mujeres y blusas ajustadas, el sombrero de fieltro --Tardán de Sonora a Yucatán. Los tacones que hacen que ellas corran con gran equilibrio entre los coches, sobre el pavimiento y tengan que asegurar su paso para no caerse. Mientras por otro lado recordamos esa imagen de un abuelo con su nieta él con su traje del pueblo ella ya con vestido y calcetines con olanes, ella usa zapatos y se escabullen entre los coches enfrentando la lámina con temor a ser atropellados. O aquella otra del niño que está “Entre el progreso y el desarrollo” (1950) ahí pequeñito como era entre dos grandes carros sus láminas duras, fuertes, inconmensurables y sus gigantes defensas (parecen Mercury de esos años), se sostiene enmarcado por su infancia e ingenuidad, captado por la cámara de García en ese preciso momento.
Eso es lo que van planteando con las imágenes al sobreponer y acentuar una y otra, los acentos de lo pueblerino ante o urbano, la tradición ante la luminaria lo nuevo, lo moderno, frente a lo ¿Atávico? contrastando por los autores de libro con las ferias con el gran edificio del monumento a la Revolución. Con imágenes sobrepuestas en las fotos que es el recurso que sobresale en este caso, para darle más realce, contraste, sentido o sin él, pero enmarca, contradice y señala. Eso sí es evidente. 

La presencia de la Coca-Cola detrás de Carlos IV y su caballito, que es evidente fue un lugar que varios fotógrafos estimaron de gran interés, como Rodrigo Moya, por citar un ejemplo. 

Por ahí un anuncio luminoso de la cerveza Superior junto a los muebles finos de piel, parece anunciar la foto de picada que tomó en algún restaurant de lujo García. Temas idénticos, ¿qué emergía de la realidad?, ¿qué era imitación para ser urbano, clase media, ascendente?, ¿qué era reflejo y qué original?, una realidad falseada por las agencias publicitarias se convertía en la noche soñada de las damas, al acudir a los restaurantes o lugres de diversión como El Patio. Una picada compositiva que mostraba como la irrealidad se imponía. Y era esa “irrealidad”, por ser ajena, la que cobraba vidas, censuraba, reprimía y agotaba cualquier intento de disidencia o de autenticidad. 

Por ahí está la presencia de las marcas Renault y Dina de camiones y automóviles, con sus anuncios en neón. Iban tan rápido esos vehículos en la época, que en la película de la cámara de García salían movidos en la noche, porque me parece que le gustaba usar Plux X que era de un 125 ASA, que significaba una gran calidad en la toma pero poca luminosidad.

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Por otro lado, la atracción fundamental también las construcciones de esa modernidad con el cemento, las ventanas, los ritmos visuales que captó el fotógrafo dan idea de la cantidad de viviendas que se buscan recrear y desvanecer ese pasado de las vecindades, de las casas viejas y remodelar ese futuro que les espera a los nuevos profesionistas, los clasemedieros, la nueva burguesía empresarial, los aspiracionistas. Ahí además de los viaductos, las nuevas avenidas con ritmos visuales que capta la cámara de García, mostrando que esa modernidad tiene formas y sentido. Periférico, viaducto, Ciudad Tlatelolco y la unidad Nonoalco (caída en parte con el sismo de 1985), el Hotel Plaza ya demolido, la UNAM y su estadio maravilloso. Aunado a captar los andamios de la construcción con ágiles ritmos visuales de su desarrollo, recreando la imagen de manera muy atractiva. Otros personajes en acción: el estacionamiento de Liverpool, novedosas construcciones para las gasolinerías, todo ello un conjunto de imágenes de la historia material de una ciudad que empezó en ese momento a crecer desmesuradamente y que ha tenido como imagen idealizada del progreso a los automóviles, como héroes y primeros actores del camino modernizador.

 Por su parte, Héctor García no se olvidó de los transportes para el populo, los tranvías y sus “moscas” –aquellos que se colgaban por fuera para no pagar--, de los camiones, de la dificultad para hacerse de un lugar e irse colgado, en ello vemos su interés por mostrar las deficiencias para los demás. Un mundo habitado por lo mejor, olvidando a su gente y su participación. “Supermexcolinas mejores escuelas, mejores mexicanos” señala el anuncio, lo que parece mostrar los rumbos que tomaban las escuelas particulares para darle seguimiento a la enseñanza posrevolucionaria. 

 Los contrastes son innegables en las imágenes de Héctor García que subrayan las diferencias de clases, lo que hace que sus fotos contengan momentos muy climáticos.

Ahí está, se visualiza la pobreza como parte de ese México que pretendían quedara atrás, pero que está ahí habitando cada rincón, cada aparador, en todos los lugares que quisieron taparlos y cubrirlos con cemento, varillas, ventanas lujosas y vidrios polarizados. Es el legado visual del fotorreportero lo que vemos con claridad en esos enormes edificios en una ciudad de temblores.  

Por ahí aparece también la construcción inmensa de ciudad Tlatelolco, los grandes y elegantes edificios de avenida Reforma, con su Ángel y su Diana Cazadora. Los encuadres que aprehende Héctor García son muy novedosos, están las tomas en picada, las grandes masas de edificios coches y cemento, todas muy bien realizadas con coordinadas precisas, equilibrios visuales que nos dejan ver una traza urbana planeada. 

La indigencia, es otra de las formas de mostrar a ese México, que nos tocó vivir, como decía la gran Cristina Pacheco. Y para ello el gran maestro García sacó su cámara y fue a los lugares más rudos y abandonados, para obtener las imágenes que dieran cuenta de que no se habían ido ahí estaban sosteniendo toda esa pirámide de la modernidad. Justo es mencionar las composiciones y traerlas a cuenta es importante porque la mayor parte de la obra que se ha conocido del fotorreportero eran tomas de frente, con las personas que habitaban sin rebuscamiento ni abigarramiento. Inolvidable la mujer con su rebozo que le hace una seña clara al fotógrafo desde lejos, o aquellos niños jugando y muchas más que han pasado por los libros y las revistas de la época. Pero estos encuadres que se develan en el libro, hacen que se vea a un Héctor García más claro y definido en sus características estéticas, tal vez impulsado por Salvador Novo de un libro de grandes alcances que ya no proyectó sus fotos; o tal vez, impulsado por la mirada a ojo de pájaro desde las alturas que invariablemente nos somete a una mirada diversa, no cotidiana lo que nos brinda una nueva forma de trabajo visual del fotoautor que no se le conocía del todo. Sabemos de sus imágenes icónicas del 68, del movimiento estudiantil y de la Noche de Tlatelolco, pero esto se suma a su colección de imágenes icónicas.

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Así que, gracias a estas fotos, novedosas e icónicas podemos ver a un México subterfugio que quedó prendado en la entraña, que lo traemos puesto auqne no lo sabemos, que no se ha ido ni se irá. Qué lo mejor es forjarlo, trabajarlo enaltecerlo, hacernos de ellos y penetrar ese mundo maravilloso que contiene y retiene. Que tiene lo suyo y no se abandona, no se deja, no renuncia porque es parte de nosotros y meternos en su andamiaje es la tarea. No es fingir modernidad es caminar juntos, justo es lo que nos enseña Héctor García ahora en este libro con los textos que permiten tres visiones diferentes del contexto, de las fotografías y la labor de Héctor García, con el investigador Sergio Miranda Pacheco, la incansable Gabriela González Reyes y el también fotógrafo Héctor García Sánchez, hijo de García y difusor de su obra. 

Son las fotos las que nos sumergen, son los textos los que nos ponen en contexto, es la vida la que reclama. No podemos olvidar, desligar e ignorar es justo la hora de caminar y avanzar para crear un mucho Mejor México con nuestros ojos no, no los del Cinzano, de Martell y de la Coca-Cola, de las Escuelas extranjeras, porque justo ese México oculto, subterfugio y sometido está más presente que nunca, estas fotos no nos dejan olvidar y no podemos dejar de lado ese México, porque justo es parte de nuestra esencia y de nuestra identidad.